El teatro es una clave para desbloquear la creatividad, para mostrar a los niños que el mundo que ven no es el único que puede existir. Y murmura: "¿Y si?". ¿Y si la igualdad y la equidad no fueran sólo un deseo, sino una realidad? ¿Y si cada voz contara, cada historia se entendiera? ¿Y si el planeta no fuera algo que salvar, sino una casa que celebrar? Gracias al teatro, los niños aprenden a soñar con estas posibilidades.
Cuando veo a unos niños en un teatro, me doy cuenta de que no sólo miran, sino que entran en un mundo en el que todo es posible. Veo cómo se apagan las luces, cómo se disparan las cabalgatas y, de repente, se convierten en exploradores de un país en el que la imaginación no tiene fin. Son testigos de cómo los héroes se liberan, las voces se unen y las historias se entretejen como un tapiz de sueños. En esos momentos, me doy cuenta de que los niños no se contentan con ser tésmicos: piensan, sueñan y empiezan a imaginar un mundo que es realmente el suyo.
El teatro es una clave para desbloquear la creatividad, para mostrar a los niños que el mundo que ven no es el único que puede existir. Y murmura: "¿Y si?". ¿Y si la igualdad y la equidad no fueran sólo un deseo, sino una realidad? ¿Y si cada voz contara, cada historia se entendiera? ¿Y si el planeta no fuera algo que salvar, sino una casa que celebrar? Gracias al teatro, los niños aprenden a soñar con estas posibilidades.
En un mundo sumido en la desigualdad, los conflictos y un clima que reclama cuidados, creo que no se trata de que los niños recuperen los recuerdos del pasado. Por el contrario, debemos darles la oportunidad de imaginar algo mejor para ellos, para los demás y para el planeta. El teatro les abre los ojos a la empatía, mostrándoles vidas que van más allá de la suya. Suscita ideas de justicia, no como un objetivo en sí mismo, sino como una práctica arraigada en la gentileza y la comprensión.
Gracias a estas historias, también pueden desprenderse de los viejos relatos -de colonización, de división- y sustituirlos por relatos de igualdad y de humanidad compartida. Empiezan a ver el mundo como un lugar en el que cada uno tiene su sitio, en el que las diferencias no dividen sino que enriquecen. El teatro les ayuda a cuestionar el poder, a luchar contra la injusticia y a imaginar una justicia inclusiva y transformadora.
Para mí, llevar a una generación más humana, más a la escucha de la vida, no consiste en aumentar el peso de lo que está envenenado. Se trata de ofrecerles el regalo de la posibilidad. Se trata de ayudarles a soñar con un mundo más libre, más justo y más lleno de vida.
Cuando veo a los niños ir al teatro, me doy cuenta de que no son espectadores, sino creadores de un mundo lleno de historias que cuentan. No participan como espectadores. Son pequeños y alegres visionarios dispuestos a construir un futuro más solidario, más justo y que les pertenezca plenamente.
Todos nosotros, en las comunidades de todo el mundo, hacemos lo posible para que los niños puedan hacer realidad sus sueños y considerar el mundo como su escenario para hacer el bien.
Todos debemos seguir avanzando.