19 Congreso Mundial de la ASSITEJ en Ciudad del Cabo-Sudáfrica
ASSITEJ PREMIOS
Palabras para la entrega de premios que tiene lugar en cada Congreso
Mundial.
Fecha 26 de Mayo 2017-Hora: 20:00 –Lugar: Batex Sala de Conciertos
PREMIO DRAMATURGOS Por la contribución hecha por un escritor en el
campo del TEATRO PARA NIÑOS Y JOVENES.
Hace mucho, mucho tiempo, en mi amada isla de Cuba, yo fui un adolescente
delgado con seis hermanos menores. Quienes vengan de una familia grande,
saben de qué hablo… los que no, ya entienden por qué comencé a escribir
teatro desde los 13 años. Todavía no se hablaba de Revolución Cubana y
mucho menos de los Beatles cuando mis primeros títeres se asomaron a un
escenario que improvisé al fondo de nuestro patio. No pude detenerme
desde entonces. Mi ciudad, mi país, el mundo, siguen llenándose de niños
que quieren ver teatro, de historias que deben ser contadas por los actores y
figuras que exigen ser animadas.
Esa es la razón por la que todos los presentes llevamos vidas intensas.
Ninguno de nosotros conoció lo que Stefan Zweig llamó “la era de la
tranquilidad”. Como hombre del siglo pasado y del presente, he transitado de
la radio al mp3, de la ruidosa máquina de escribir al discreto teclado de mi
laptop, del mimeógrafo a la impresión láser, aunque aún no uso teléfono
móvil y viajo en un coche de caballos al trabajo todas las mañanas… sin dejar
de hacer teatro. He atravesado cambios sociales, tormentas ideológicas, crisis
de la economía, instauración, caída y nueva creación de símbolos… sin dejar
de hacer teatro. He visto florecer la ciencia y el pensamiento, defender como
nunca al hombre y la naturaleza, asentarse la diversidad… sin dejar de hacer
teatro. Cuanto peor o mejor es el momento, más teatro necesitamos.
Y pienso en la vida del legado multicultural del planeta y la esperanzadora
oración de socorro mutuo para resguardarlo.
Tras escuchar en este Congreso tantos temas cruciales para el mundo teatral
destinado a la infancia y la juventud, me reafirmo en que esos desafíos
encierran la semilla de nuestra legítima renovación. No sé si es candidez o
metáfora de 73 abriles, pero creo que ni los videojuegos, las hambrunas, las
drogas, el terrorismo o los manejos del mercado del arte puedan detenernos.
Porque somos privilegiados que necesitan de un único recurso: la escena, el
público y sus poderes de hablar todos los idiomas. Con esa energía
instruyendo y divirtiendo contamos historias sin fronteras, sea en grandes
escenarios, en campos de refugiados o a la sombra del Cabo de Buena
Esperanza.
Hablando de este espacio geográfico y de historias, quisiera contarles una
muy corta antes de terminar. La ciudad donde nací, donde está mi teatro,
luce una arquitectura magnífica gracias al trabajo esclavo de miles de
hombres robados al África, gente fuerte de cuerpo y espíritu, sensibles,
musicales, valerosos, con una ancestral sabiduría de la naturaleza. Sus raíces
sembraron en nuestra isla un enorme regalo: una joven y poderosa cultura.
Sin embargo, los grandes valores afrocubanos eran considerados casi una
subcultura. Y un día decidimos sacarlos a la luz y llevarlos a la escena. Los
dioses poderosos que sobrevivieron a tanto, abandonaron el asilo de las
casas-templo para salir a las calles compartiendo sus leyendas, proverbios,
símbolos, trajes y palabras de las culturas conga, yoruba, arará… Fue una
revolución para los olvidados, pero también para nosotros y la escena cubana.
Este mundo penetró tanto en mí que un día saltó de mi subconsciente y se
coló en una versión de la Caperucita Roja. En esta obra el Cazador de
escopetas amarillo limón, rojo corazón y verde marañones es un hombre de
nobles sentimientos que nunca podría dañar a un animal, pero tiene un
sueño que lo guía: “¡Algún día visitare África ¡” “¡África espera por mí y yo
espero por África!”. 25 años después de escrita, esa frase querida tiene un
sabor a premonición. Quizás nuestros personajes sepan más que nosotros:
Hoy estoy aquí, cumpliendo su sueño. Lleno de respeto y emoción, a nombre
de Cuba y sus artistas, me encuentro en África para dar las gracias.
René Alberto Fernández Santana